HISTORIA DE VELYNN

velynn se escabullía por las calles abarrotadas, las sombras de su cuerpo se fusionaban sutilmente con la noche. Sus ojos brillaban en la penumbra, aunque solo el observador más agudo hubiera podido verlo. Borrachos, marineros y rameras conversaban en una vía principal cercana, ignorando que estaban siendo acechados por un demonio en la oscuridad. Por otro lado, el demonio los veía con perfecta claridad, juzgándolos con la más exigente de las miradas.
Evelynn observó fijamente a un hombre que estaba tendido en la alcantarilla, sosteniendo una botella de vino. Por lo general, el demonio no prestaba atención a alguien en esa condición. Pero hacía días que no se alimentaba y estaba lo suficientemente desesperada para considerar al hombre, aunque solo fuera por un momento. Sería tan fácil. Lo único que debía hacer era atraerlo a uno de los numerosos callejones, lejos del brillo de las luces de las calles.
Ese pensamiento se esfumó cuando vio una cucaracha pasar por el rostro del borracho. El hombre estaba demasiado ebrio para sentir. Su excitación sería vaga y apagada, sin la imperiosa atracción que disfrutaba ver en sus víctimas antes de acabar con ellas. Hasta podría desollar uno de sus brazos por completo antes que emitiera un grito.
Y ese era el problema. Durante el curso de sus innumerables festines, Evelynn había aprendido algo acerca de su paladar: prefería, no... necesitaba que sus víctimas sintieran cada pinchazo, mordida, cada pedazo de carne que arrancaba con sus garras. Un hombre en estas condiciones sería aburrido e insatisfactorio, no valdría la pena.
Descartó al ebrio y continuó andando por el fangoso malecón, pasando al lado de la ventana de una taberna húmeda, iluminada a la luz de las velas. Una mujer gorda abrió la puerta mientras eructaba y se tambaleó hacia la oscuridad, con una pierna de pavo a medio comer aún en la mano. Por un momento, Evelynn consideró a la mujer, y cómo podría atraerla y acogerla, para después sumergirla en un infierno indescriptible.
El demonio observó a la mujer devorar lo que quedaba de la carne, sin siquiera saborearla. Había algo arraigado en su interior, una profunda melancolía que contaminaría la experiencia.
Evelynn prefería provocar ella misma el dolor.

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